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Archivos Mensuales: enero 2021

Karate millennial o el fracaso de no saber dónde estás

Karate millennial o el fracaso de no saber dónde estás

Quizá está reflexión sea producto de un pensamiento propio de mi generación, no obstante, siguiendo la historia de las Artes Marciales, y fijando como hilo conductor la creación de fórmulas eficaces y adaptables a la personalidad y capacidades de cada maestro, no saber dónde está cada uno y sobre todo, hacia dónde debemos orientar nuestro desarrollo, es un reflejo de estancamiento y desorientación.

En otros artículos he reflexionado sobre la diferencia entre “tradicionalista” y “tradicional”, y también sobre el concepto de Shuhari, por lo que no los volveré a explicar (que para eso están los otros artículos y Google)

Por cierto, la razón de estas referencias generacionales y mi actitud, tan solo son un guiño poético hacia quienes copian mis artículos y se los apropian, además de servir como aplauso a una actitud generacional.

Si exploramos y analizamos el pensamiento de los grandes personajes que han configurado la historia del Karate, estamos refiriéndonos casi siempre a innovadores, que sin embargo han respetado ciertas tradiciones, dándoles diferentes sentidos (marciales, filosóficos, conductuales, rituales, prácticos…) y entre ellos, apilándose como la argamasa que conforma una estructura, están los practicantes (seguidores, o como decimos hoy “followers”)

Aquel que rompe la nueva línea, se convierte en hereje para la masa “follower”, acusándole de acabar con una tradición, que ciertamente suele ser siempre una construcción reciente, normalmente de no más de cincuenta años (quizá dos, o a lo sumo, tres generaciones)

El motivo es que las Artes Marciales, con su misticismo, y su exotismo oriental, se revisten de un misterio propio de su enseñanza codificada, en base a gurús del conocimiento; que son los maestros, poseedores, teóricamente, de los conocimientos secretos más avanzados.

Esta ruptura en base a un deseo de reorientación marcial, ha ocurrido en muchas ocasiones, por supuesto, en cambio, en otras ocasiones, la ruptura se ha debido a razones socio- económicas y personales- Pero hoy hago referencia a las otras, en las que afortunadamente, se debe al deseo de evolución del estudiante; convertido en maestro, que ha cumplido su proceso SHU HA RI y considera, en base a su experiencia, que sabiendo de dónde viene, dónde está y hacia dónde quiere ir, debe completar su desarrollo, hacer su maleta y fundar una nueva versión de su arte, que inspirado y apoyado en los conocimientos anteriores, es algo completamente nuevo y personal, producto de una lógica evolución del entendimiento marcial.

Este proceso tiene lugar gracias a la permeabilidad de la información en el entrenamiento y la capacidad de conectarse a otros métodos. Es decir, un maestro tiene un estudiante, que a su vez, tiene unas experiencias marciales reales propias, quizá diferentes de las de su instructor, que le aportan algo a su bagaje técnico y filosófico.

Este estudiante tiene dos opciones, continuar de por vida en una situación de encajonamiento de sus practicas marciales y mantener un estilo tradicional, por lo tanto inmutable y sin adaptación a nuevos retos o tendencias, o combinarlas, trasvasando informaciones complementarias para crear un estilo personal.

No se trata tampoco de abandonar una práctica, e ir saltando de una a otra olvidando lo anterior, ya que aunque el espíritu deba ser el de un nuevo comienzo, cada vez que se afronta una actividad diferente, las capacidades físicas y mentales ya están acondicionadas por el trabajo previo y no se deben obviar, sino adaptarse para construir un arsenal propio de conocimientos, capacidades y experiencias, sirviendo al objetivo de sentirse protagonista de la existencia individual.

Cuando a este nuevo arsenal técnico, lo incluimos dentro de la filosofía anterior, se le llama estilo tradicionalista.

Quizá este punto pueda explicarlo, ya que podría caer en ciertas contradicciones con algunos pensamientos filosóficos como el Confucionismo, que se basa en el orden social impermeable, y sin embargo está complementado en sociedades como la japonesa, por el Budismo, que prima la auto realización, incluso dentro de una estructura que impida el transvase social.

A continuación describiré ciertos recorridos partiendo de un nexo suficientemente documentado, y que se puede ver con más extensión en mi artículo:

Genealogía del Kyokushin

https://kyokushin-sipr.webnode.es/historia/genealogia-del-kyokushin/

Selecciono para ello a la figura más icónica, clave y hasta controvertida de las artes marciales del siglo XX, que es Masutatsu Oyama.

Considero que Oyama es la clave fundamental de conexión de muchas experiencias previas y posteriores, siendo sin duda, el número uno en la jerarquía de maestros fundamentales para la construcción del presente, sin entrar en que este presente sea mejor o peor, sino hablando de un plano de realidad social y pragmatismo. Y paso a justificarlo.

Mas Oyama recoge dos líneas fundamentales del Karate de Okinawa, revisionadas en Japón durante el siglo XX, Shuri Te y Naha Te.

Shuri Te, corresponde a las tradiciones marciales entorno al palacio de Shuri. Es decir a las castas nobles de la antigua sociedad de Okinawa.

Evoluciona con las visiones y aportaciones de los distintos maestros de Okinawa (Azato, Itosu, Matsumura, Sakugawa, Yara, Kushanku…) hasta la refundación de esta línea por Gichin Funakoshi, ya en Japón. Desde el Karate Shotokan de la familia Funakoshi, nos retrotrae a los estilos norteños chinos, relacionados con Shaolin del norte y los estilos derivados, que a su vez recogen elementos de distintas tradiciones marciales del continente asiático.

Naha Te, tiene relación con los estilos energéticos y marciales propios del Sur de China, sobretodo los de la Grulla, que en Okinawa son compilados principalmente por Kanryo Higaonna, quien tras aprender con Aragaki la tradición de Too-de (antiguo nombre del Karate) basada en el estilo Puño del Monje, se entrena en China, y transmite esta tradición a sus discípulos okinawenses, entre los que destaca Choyun Miyagi; patriarca del Goju Ryu, una escuela que se divide entre la versión okinawense, y el Goju Kai japonés encabezado por Gogen Yamaguchi y el maestro coreano So Neishu; principal mentor de Oyama.

Además, Oyama, entrena y se relaciona con muchos otros estilos de Karate okinawense y japonés, recogiendo para su escuela un kata propio de la tercera gran línea del Karate de Okinawa, Tomari Te. Me refiero al Yantsu, como se puede leer en mi artículo “El misterio del kata Yantsu”

El misterio del kata Yantsu

Otras bases fundamentales de la construcción personal de Oyama, fueron:

Judo: que aprendió con Masahiko Kimura, principal referente del llamado Kosen Judo; una derivación deportiva de la creación de Jigoro Kano, muy famosa en la época, en los clubes universitarios. Permitía mayor trabajo de Ne Waza (lucha en el suelo)

A su vez, el Judo se considera una compilación de diversas escuelas de Jiu Jitsu tradicional hasta llegar al Kodokan Jiu Jitsu de Kano, que se refundará como Judo y se desarrollará con figuras como el maestro Mifune (Quien posteriormente entrenará a Jon Bluming)

Aiki Ju Jitsu: Es una derivación de varias escuelas de Ju Jitsu antiguo compiladas a principios de siglo XX por Takeda Sokaku, que dio origen a escuelas modernas como el Aikido o el Hapkido coreano, y cuyo mayor exponente fue Yoshida Kotaro; con quien Oyama aprendió técnicas de Kobudo, Yawara Jutsu (una forma japonesa similar al Karate) y Tai Jitsu (similar al Jiu Jitsu)

A través de esta relación, Oyama se identificó y relacionó con escuelas de Nihon kenpo, que estaban desarrollando en ese momento formas de combate de contacto peno similares al Bogu Kumite okinawense.

Boxeo occidental: Las bases de este deporte europeo con orígenes remotos, basados en los sistemas griegos del Pugilatos y el Pankration, refundadas en el siglo XIX y desarrolladas a lo largo del siglo XX, aportaron a Oyama referencias para las confrontaciones deportivas.

Artes Marciales Coreanas: Oyama, durante su juventud aprendió Chabee, que es una forma antigua de combate similar al Ju Jitsu japonés.

No es de extrañar que el gusto de Oyama por las formas de pateo, estuvieran asociadas a su propia cultura coreana, bien por su entorno infantil, o por las influencias de Yoshikata Funakoshi, quien desarrolló para el Karate japonés las patadas altas, o incluso So Neishu, quien también era coreano.

Muay Thai: La tradición combativa de Tailandia, basada en el arte marcial Thai Boran que es una evolución de sistemas chinos e indios anteriores, influyó en Oyama a la hora de desarrollar sus golpes de pierna, que fueron modificados, respecto a la forma original del Karate japonés, aprendida por Oyama en su juventud.

Taikiken: Es un arte marcial japonés, creado por Konichi Sawai, consejero de Oyama, quien era 5º dan de Judo, a través de su estudio del sistema chino Yi Quan de Wu Shu.

Todas estas tradiciones son integradas por Oyama para crear, en fases crecientes de estudio, una forma de interpretación marcial a la que se denominó Kyokushin y que en su filosofía se inspira en la vida de Miyamoto Musashi, quien era la máxima referencia de Oyama en torno a su concepción de Budo.

Kyokushin es la clave para desarrollos deportivos y marciales posteriores, como por ejemplo el Kickboxing de Kenji Kurosaki, el Kyokushin Budo Kai de Jon Bluming, o los sistemas Sabaki propios de Ashihara y sus sucesores, entre otros.

A través de los nombres clave de Kurosaki y Bluming, principalmente, se combinó el Kyokushin de Oyama con el Muay Thai (por parte de Kurosaki y otros) y el Judo (con la aportación de Bluming), y junto con la línea paralela del denominado Brazilian Jiu Jitsu de la familia Gracie, nacen las actuales MMA, que se han apoderado de la atención del gran público en la actualidad.

Oyama fue capaz de completar su línea Shuhari a través de su estudio y experiencia, de igual forma que Jon Bluming hizo lo propio, muchos les consideraron herejes a la práctica “tradicional”, y sin embargo son claves fundamentales para el desarrollo presente de las artes marciales, llegando a altos niveles de eficiencia marcial y deportiva.

Claramente todas las referencias personales nombradas en este artículo siguieron procesos de Shuhari, para llegar a creaciones propias respetando tradicionalismos y rompiendo tradiciones.

Sin duda, para ello experimentaron fases de aprendizaje, experimentación, comprensión, asimilación, frustración, rechazo, reformulación, ajuste, inclusión, expectativa, iluminación, creación, formulación, divulgación y transmisión, (como mínimo) Creando en todos estos pasos un camino personal hacia una auto realización, que pasa por responderse a las preguntas clásicas “¿Quién soy?, ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?” y por supuesto “¿Dónde estoy”?

Cuestiones como conocer la posición propia en la vida, ya aparecen formuladas en tratados antiguos como el Bubishi, y la mejor comprobación a esta pregunta suele pasar por la experiencia.

Las artes marciales, con todas sus derivaciones, deben obligatoriamente tener un plano de experiencia real, sea cual sea su objetivo (que pueden ser varios) bien sea la realización, la defensa personal, la guerra o el combate deportivo.

Si el objetivo no se consuma de una manera realista, se pierde la esencia de la práctica y se convierte en un ritual anecdótico y muerto.

Reconocer los orígenes y evoluciones de la práctica, dan pistas sobre la identidad y el plano en el que cada uno puede desarrollar su aprendizaje, y con él, llegar a conclusiones sobre la eficiencia de la propia práctica, pues somos el resultado de un largo recorrido en el que surgieron ciertas necesidades para afrontar cuestiones reales.

Este conocimiento nos dará la pista de hasta dónde podemos llegar y qué debemos tener en cuenta en nuestra práctica para un objetivo concreto, y a su vez, saber si nosotros, o nuestra escuela tenemos ciertas carencias que podemos cubrir para resolver problemas contemporáneos a nosotros mismos.

Al ser seres sociales, somos producto de nuestra propia generación, que se establece durante nuestra infancia y juventud en base a la sociedad en que vivimos y a los procesos históricos globales en los que nos vemos inmersos.

En el tiempo comprendido entre la edad en que empezamos a ser conscientes del entorno de una manera abstracta, y la edad plena del comienzo de la edad adulta (entre los 8 y los 20 años aproximadamente) es cuando construimos, como individuos dentro de un grupo, nuestras principales herramientas de entendimiento del mundo y del tiempo en que nos ha tocado vivir. Durante toda nuestra vida tendemos a aplicar a la realidad de nuestro entorno, esta construcción social basada en el pensamiento colectivo, que es la generación de cada uno.

Por todo ello, alguien de mi generación versado en las artes marciales, no debería pensar tanto en integrarse en un estilo nuevo, como en incluirlo en un bagaje marcial más amplio.

La diferencia entre integración e inclusión, es un pensamiento propio del tiempo actual gestado por la generación que ha alumbrado este comienzo del milenio, en el que se aboga por primar la tolerancia hacia agentes externos.

En una experiencia integradora, se supone que un agente externo (sea cual sea) debe asumir una tradición o construcción nueva, con el fin de adaptarse a esa nueva situación física o filosófica, sin embargo, en una experiencia inclusiva, se trata de añadir los conceptos, costumbres, etc. a una situación personal que no desea rechazar lo que uno es en su origen.

El motivo por que me decanto por la inclusión en todas sus facetas, por encima de la integración, es mucho más claro si lo situamos en sus opuestos.

El antónimo de inclusión es exclusión, es decir apartar, mientras que el opuesto de la integración, es la desintegración, que en Castellano tiene una connotación terrible de desaparición.

En nuestra experiencia marcial, tanto como en nuestra situación social, no veo una necesidad de integración si no es deseada, sin embargo, debería existir un derecho de inclusión de cualquier situación, al igual que ocurre con las técnicas marciales.

El inmovilismo lleva al estancamiento, y el estancamiento a la frustración y la pérdida.

Aportar es la base de la evolución social positiva.

Integrar conlleva el riesgo de olvidar otros aportes positivos, mientras que incluir, supone una alianza de fuerzas, energías, estrategias o técnicas que nos permitirán una evolución, situándonos en referencias de localización de nuestro estadio actual, lo que nos permitirá abrir nuevas puertas para el futuro, pudiendo recoger, a su vez, experiencias del pasado.

Por ello considero un fracaso no saber dónde está cada uno… Y más en la época de Google maps 😉

Cuando pienso en una actitud “millennial” trasvasada al mundo del Karate, me es inevitable nombrar la figura de Bernard Creton y su método Karate Jutsu Kai.

Kaicho Bernard Creton no es generacionalmente un «Millenial», pero su escuela, nacida a mediados de los años ochenta, sí lo es.

Se entiende que las características propias de la generación “Millennial” son la auto realización, innovación, emprendimiento, inclusión, capacidad multi tarea, preparación académica, método científico, gran nivel de exigencia en el desempeño y desarrollo tecnológico…

Tras estudiar y conocer personalmente la figura de este maestro y su trayectoria, se pueden entender bien las claves de su Karate, en torno al fin y comienzo del milenio.

El método es áltamente inclusivo de las distintas tendencias que se aúnan en la experiencia de su fundador.

Por una parte, Karate Jutsu Kai, se define como un desarrollo científico del Karate Kyokushin de Mas Oyama, con una aportación exógena procedente del la teoría filosófica – científica coreana del Triorigin, que conforma la explicación del sistema en base a la ciencia.

Por otra parte la escuela hace una revisión del Karate Shotokan anterior a la reforma de Nakayama, y del Goju Ryu de Okinawa, complementando la formación con técnicas de Judo, Kickboxing y Tai Chi Sujok. Además desarrolla un método propio de All Round Fighting, basado en la idea de Jon Bluming.

Esta nueva versión es la gran creación de su fundador, Kaicho Bernard Creton, 10º dan, en base a sus conocimientos y experiencias en todos estos terrenos.

Las aportaciones técnicas a una base de Kyokushin tradicionalista como la mía, que a su vez se complementan con Judo/Ju Jitsu, Kobudo y Qi Gong, fundamentalmente, hacen que al incluir el sistema en un método consolidado, se esté creando a su vez otra línea de trabajo cada vez más extensa, refinada e infinita, ofreciendo una gran variedad de posibilidades de trabajo.

Esta misma inclusión es propia de la tendencia que promovía entres sus estudiantes el propio Masutatsu Oyama.

Analizando a sus distintos discípulos, se llega a la conclusión que bajo una misma línea tradicionalista, abrió un sin fin de soluciones posibles a las diferentes sensibilidades de cada uno.

Por eso hay que entender que Kyokushin es más una forma de entender y de relacionarse con las artes marciales, es decir, una actitud, que un solo conjunto de técnicas.

Al identificarme plenamente como Kyokushin, también estoy adquiriendo un compromiso con su pasado y su desarrollo, ya que el estilo, por si solo, da las claves para ello.

Si tuviera que definir cual es mi arte marcial debería darle muchos nombres y apellidos para concretarlo (Karate Do Kyokushin Jutsu Budo Kai… o algo así) pero lo que me identifica es la forma y la actitud, muy por encima de la técnica de competición, e incluso de las diferentes materias a estudiar.

Esta inclusión en base a la filosofía del Budo, en su amplio espectro, es lo que se intenta albergar en una plataforma marcial como World Independent Budo Kai, un organismo con una tendencia ampliamente inclusiva de métodos relacionados con el Budo. Una agrupación propia del nuevo milenio, que nos invita a saber quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos y dónde estamos: Budo Millennial.

Linaje WIBK Karate

 

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