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Archivos Mensuales: julio 2022

Karate y la gestión del miedo

Karate y la gestión del miedo

“Sin valor no hay prueba, sin prueba no hay confianza, sin confianza no hay respeto” (Mas Oyama)

Al comenzar esta reflexión es conveniente definir las diferencias entre miedo, riesgo e incertidumbre, y saber contra qué podemos luchar y qué elementos podemos anular o al menos aminorar.

Cómo las Artes Marciales nos ayudan a combatirlos es una pregunta con múltiples respuestas, que pasan desde acercarnos a situaciones de estrés, hasta generar conexiones neurológicas para crear actos reflejos eficientes, o saber reconocer riesgos que podemos o no asumir.

Las conexiones neurológicas con respuestas eficientes son creadas por la repetición sistemática de movimientos preestablecidos (kihon y kata). El combate nos lleva a situaciones de estrés donde nos familiarizamos con ciertas emociones, otorgando respuestas previamente estudiadas y aplicadas en múltiples ocasiones.

Aunque es verdad que una situación de riesgo real es diferente a una controlada en la competición, lo cierto es que en los combates deportivos, y más con normativas de full contact, se pueden identificar situaciones similares a las del combate real, además de acostumbrar al competidor a superar el miedo a la angustia de la exposición, humildad ante la derrota y el éxito, miedo a no conseguir el resultado deseado tras la preparación, etc.

Vamos a definir los conceptos de miedo, riesgo e incertidumbre, y posteriormente haremos un análisis aplicado a la práctica:

Miedo:

“El miedo es una emoción que tiene una función adaptativa, ya que impide que nos arriesguemos en situaciones en las que podríamos salir heridos. Nos ayuda a movilizarnos frente a circunstancias amenazantes o preocupantes, de forma que hagamos lo necesario para evitar, asumir o afrontar el riesgo de manera adecuada”

En esta definición se interpreta el miedo como una sensación propia de un aprendizaje previo, que identifica un riesgo, y que nos ayuda a disponer de una solución movilizadora que nos hará salir del peligro. Es decir, el miedo no es una emoción negativa, sino un estado de alerta.

Riesgo:

“El riesgo es la probabilidad de que una amenaza se convierta en un desastre. La vulnerabilidad o las amenazas, por separado, no representan un peligro. Pero si se juntan, se convierten en un riesgo, o sea, en la probabilidad de que ocurra un desastre.”

El riesgo se define aquí como una probabilidad, en que se suman dos factores: nuestra vulnerabilidad y la amenaza que nos acecha. El entrenamiento técnico, físico y mental puede aminorar nuestra vulnerabilidad ante ciertos peligros controlables e incluso podemos aprender a relativizar ciertas amenazas al estar acostumbrados a relacionarnos íntimamente con la gestión de la emoción y el reconocimiento del peligro físico y de las capacidades propias y ajenas.

Incertidumbre:

“Falta de seguridad, de confianza o de certeza sobre algo, especialmente cuando crea inquietud.”

La incertidumbre es una falta de certeza sobre lo que pasará, esto crea una emoción (miedo) ante una probabilidad de desastre (riesgo).

En el entrenamiento de artes marciales, la convivencia con el riesgo, aplicando tácticas neuro-corporales eficientes, aminora la incertidumbre sobre las posibles respuestas a diferentes acciones.

A la incertidumbre se opone la determinación, que en japonés se traduce como kimeru; de donde proviene el concepto Kime, que muchos traducen como fuerza, y que en realidad es la decisión aplicada a la técnica, la cual confiere fuerza físico mental.

“Cada uno de nosotros tiene su cobardía. Cada uno de nosotros tiene miedo de perder, miedo de morir. Pero quedarse atrás es la forma de seguir siendo un cobarde de por vida. La forma de encontrar el coraje es buscarlo en el campo del conflicto. Y el camino seguro a la victoria es la voluntad de arriesgar la propia vida.” (Mas Oyama)

En esta ocasión expondré dos vivencias personales en las que puede sentir miedo ante la incertidumbre por un riesgo que parecía palpable, y sin embargo pude salir airoso con dos reacciones completamente opuestas, al poder medir mentalmente y en un breve periodo de tiempo, las posibles respuestas que pude obtener.

La primera situación sucedió en 2008 en un viaje que realicé a Túnez. En esa ocasión mi pareja y yo sufrimos un intento de secuestro. Seis personas nos rodearon, acorralaron e intentaron que inhaláramos por la fuerza algún producto químico impregnado en una tela para, probablemente, dormirnos y secuestrarnos, algo que pasaba habitualmente en esa época y en ese lugar.

El miedo ante un riesgo que era claro, me otorgó la certeza de que debía luchar o morir. No hubo mayor planteamiento que salvar la vida de mi novia y la mía propia. Apliqué a mis técnicas toda la fuerza destructiva y determinación que pude, tal como lo hizo también mi pareja, que era otra experimentada karateka, gracias a ello pudimos librarnos de nuestros agresores y salir corriendo hasta encontrar ayuda.

Esta fotografía toma un especial significado al saber que fue realizada por la persona que quiso secuestrarnos

He de decir que cometimos una serie de errores propios de la inconsciencia de la juventud, que nos llevaron a asumir una serie de riesgos tales como: fiarnos de un desconocido, explorar lugares que nos habían recomendado que no visitáramos, y no ser capaces de poner límites ante una situación que comenzaba a causarnos incertidumbre y miedo. Todo ello nos situó en un abismo del que sólo pudimos salir empleándonos a fondo con nuestras mejores técnicas de Karate, ensayadas incesantemente durante años, hasta que llegó la hora de aplicarlas como nuestras Goku-i (técnica infalible). Recuerdo haber lanzado un tsuki simple y limpio, con toda la seguridad de que sería definitivo (ichi geki hissatsu)

También, después de ese momento, comprendí por qué le denominamos entrenamiento a la práctica. Una vida de entrenamiento para ese último golpe, aplicado sin incertidumbre, y siendo consciente de que debía ser devastador para salir de una situación de riesgo absoluto.

La segunda vez donde tuve el mismo miedo ante una situación de alto riesgo, fue dos años después en Senegal, en la región de Casamance.

En esta ocasión, un guerrillero hizo que paráramos nuestra furgoneta y nos pidió que le diéramos víveres. Nuestro guía había preparado algunos paquetes con comida a tal efecto. Ya que era habitual que los turistas fueran asaltados por este grupo paramilitar independentista que combatían al ejército oficial senegalés en pequeñas acciones armadas, en una guerra civil, considerada como de baja intensidad.

Estos paquetes estaban guardados en un compartimento debajo de mi asiento, por lo que tuve que apearme del vehículo. En principio no fui consciente de que aquel militar pudiera ser hostil, pues pensé que era un soldado del ejército senegalés que estaba haciendo algún tipo de control. Bajé enérgicamente de la furgoneta, algo que aquel hombre sintió como una amenaza, y armó su metralleta apuntándome a la altura del pecho y gritándome en francés que no me moviera.

En ese momento, se apoderó de mí la misma incertidumbre y miedo que había sentido en Túnez. Sin embargo, el riesgo no era el mismo. Fui consciente de que el guerrillero dispararía si me movía, por lo que permanecí quieto como una estatua en una posición que no pudiera sentirse como una agresión.

En ese momento recordé algunas de las historias que me habían contado algunos chicos del centro de menores extranjeros no acompañados en que trabajo, y que por su proceso migratorio tuvieron que cruzar algunos países africanos encontrándose en situaciones similares. Ellos aseguraban que algunas poblaciones guerrilleras apuntaban o provocaban a los transeúntes, incluso arrojándoles las armas para que las cogieran, y en el caso de que presentaran defensa, e incluso que se viera que estaban acostumbrados a usar un arma, se entendía que podían ser soldados encubiertos, y otro individuo apostado en algún lugar oculto les disparaba.

Este conocimiento hizo acrecentar mis certezas sobre el riesgo a intentar cualquier defensa contra aquel hombre armado, que tan sólo quería nuestra comida y nada más.

Una vez calmado, el guía le entregó tres paquetes, algo más grandes que lo que ocupa un kilo de arroz, que el guerrillero cogió con una sola mano mientras no dejaba de apuntarme con la metralleta. Un niño de unos diez años salió de entre los árboles del selvático lugar, tomó los paquetes y se volvió a adentrar en la espesura de la selva.

Una misma emoción, el miedo, cultivado durante años gracias a los estímulos y preparación del Karate, provocó en mí reacciones opuestas en las que valorando los riesgos, puede establecer unas certezas a partir de la incertidumbre que a priori supusieron ambas situaciones.

En Túnez tenía la certeza de que algo fatal podía pasar, y me situé en lo peor, mi muerte y la de mi compañera. En Senegal cabía una alta posibilidad de supervivencia acallando el Ego, y limitándome a mostrarme calmado y frío ante una situación que no tenía por qué acabar en tragedia, ya que nacía de la necesidad de cobrar un peaje.

Han sido múltiples las situaciones de riesgo que he tenido que vivir a lo largo de mi vida, tanto por mis viajes, como por mi desarrollo profesional en centros de menores, en los que en ocasiones se pueden dar este tipo de incertidumbres ante amenazas, tales como ataques deliberados (armados y desarmados), pérdidas de control debido a ataques de ansiedad o a consumo de tóxicos, intervenciones en agresiones…

Controlar la emoción (Fudoshin) y el entorno en una situación de alerta (Zanshin) y medir el riesgo con el fin de minimizar la incertidumbre, permiten controlar el miedo para asegurar una situación que puede transformarse en cuestión de segundos, de una simple riña, en una agresión con un fin lamentable.

En ocasiones, además de los dificultosos desarmes, tanto contra ataques directos, como contra actos autolesivos (los comportamientos autolíticos suelen resultar más complejos si cabe) se dan también ataques múltiples, en mi experiencia hasta con siete personas a la vez estando sólo, y hasta con más de cuarenta, en equipo.

En una de las ocasiones recuerdo haber tenido que hacer una torre humana para inmovilizar a cuatro chicos mientras venían a atacarme.

Desarrollar una mentalidad fuerte, fría y basada en la certeza en el entrenamiento repetido en las rutinas propias de Karate, han ocasionado que haya salido ileso de todas ellas, incluso llegando a controlar a los agresores (incluyendo las agresiones múltiples) y lo que es más importante, pudiendo posteriormente desarrollar una intervención educativa con los agresores, lo que ha provisto un gran porcentaje de éxito en la reeducación de estos jóvenes.

El auto control basado en la serenidad, creando calma en medio del caos, ha permitido que incluso no haya tenido que recurrir a técnicas de atemi (golpeo) contra estos menores, limitándome a controles, retenciones y contenciones físicas legales.

Esta experiencia también ha logrado que a lo largo del tiempo pueda desarrollar ciertas estrategias relacionadas con la prevención y la contención emocional anterior a la contención física, con el fin de minimizar riesgos físicos (propios y ajenos), aprendiendo a identificar situaciones que pueden provocar caminos de “no retorno” en la gestión de la violencia, así como me ha permitido saber crear espacios de respiro para afrontar la intervención educativa en momentos de mayor eficiencia (“Luchar mañana”), lo que está íntimamente ligado con el control del Ego y la compasión; virtudes propias del Budismo, inherente al Bushido.

“Si tienes confianza en tus propias palabras, aspiraciones, pensamientos y acciones y haces lo mejor que puedes, no tendrás necesidad de arrepentirte del resultado de lo que hagas. El miedo y el temblor son propios de la persona que, mientras escatima esfuerzos, espera que todo salga exactamente como él quiere.” (Mas Oyama)

 

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