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¿Premiar a todos o la gloria del Olimpo?

¿Premiar a todos o la gloria del Olimpo?

Es un debate abierto entre los profesionales del deporte si se debe premiar a todos los participantes de una competición para valorar su participación, o si por el contrario se debe premiar tan solo al ganador.


El lema del Comité Olímpico Internacional es “Lo importante es participar”, sin embargo, la medalla de oro sólo es para el campeón, y aunque existen otros premios (plata, bronce y diploma olímpico) esto sigue estando reservado para los inmediatos clasificados en la competición.


Se consideran dos tipos de motivación: Extrínseca; cuando viene de fuera, e intrínseca, referente a la motivación personal.


Hoy en día los modelos educativos más avanzados huyen del conductismo (premio/castigo) que trata de que un agente externo refuerce o castigue de cara a moldear una conducta deseable.


Teorías como la “Pedagogía del Oprimido” de Paulo Freire acentúan la importancia de la liberación del individuo por medio del diálogo entre el educador y el educado, de tal forma que su interrelación convierta a ambos en sujetos que se prestan a ser inter educados, y eliminen la figura del opresor (el que educa) y el oprimido (el educado).


En la educación tradicional (educación bancaria) el receptor es un recipiente de información y el educador vierte el conocimiento que a él le interesa que se aprenda, normalmente con un fin concreto. Esto deja de lado el auto descubrimiento y la capacidad reflexiva frente al aprendizaje, así como el espíritu crítico, que fomenta la libertad personal.


Por otro lado, los avances en el conocimiento son menos profundos y abundantes pues el sistema se basa en la repetición de patrones impuestos y elimina la creatividad, fundamento natural del Humanismo.


Dentro del sentido filosófico del deporte encontramos dos conceptos que aunque aparentemente puedan parecer contrarios, son en realidad complementarios:


Por un lado está la universalización del deporte. Que todo el mundo tenga derecho a realizar deporte como una actividad esencial para la salud y para el desarrollo humano.


Por otro lado está valorar el desarrollo de las marcas humanas a través de la competición. Esta teoría argumenta que a través de premiar el logro humano, las marcas deportivas, y por lo tanto del desarrollo físico de la humanidad, han aumentado considerablemente con la práctica de la competición deportiva.


En este sentido el debate surge entre premiar la participación o la capacidad para ser mejor que los demás.


Es innegable que todo esfuerzo merece una recompensa, sin embargo esta recompensa tendrá más valor si es intrínseca, es decir de auto satisfacción, ya que, un esfuerzo completo es un éxito total. Sin embargo, ¿qué valor tiene conseguir ser una punta de lanza para la humanidad desafiando las marcas deportivas propias y las generales, si el resultado será el mismo se haga lo que se haga?


Ante este último argumento, es lícito que el lector piense que el deporte base suele estar lejos de modificar los records humanos. Sin embargo, es innegable que esta superación es el resultado de las marcas previas, reconocer la excelencia y superar la frustración, otorgando valor educativo a la derrota, como marca de ajuste personal y signo de humildad ante el reconocimiento al que ha sido mejor, así como crear nuevas metas en base a expectativas de mejora.


Desde mi punto de vista, creo que es diferente reconocer la participación, a premiar a todos los participantes. En ese sentido, el valor simbólico de la medalla o el trofeo debería preservarse para reconocer la excelencia en la prueba. Si se quiere otorgar un recuerdo de la participación es mejor hacerlo mediante otro detalle que mantenga la diferencia entre el que ha sido el mejor, al que no lo ha conseguido, dando, no obstante, esperanzas a los demás, de que puesto que otra persona ha conseguido el logro, otra puede repetirlo o superarlo, pues quien lo hizo era tan sólo otra persona.


Otra cosa distinta, es que el detalle final reconozca la marca personal en la participación, por ejemplo en una carrera, que se reciba una medalla con el tiempo realizado, o un diploma, tiene un sentido práctico y orientativo, sin embargo el ganador seguirá siendo reconocido como vencedor final de la prueba.


En las artes marciales hay mucha confusión con los premios y los niveles, y para diferenciarlos conviene definirlos:


Premio: Recompensa, galardón o remuneración que se da por algún mérito o servicio.


Nivel: Altura que algo alcanza o a la que está colocado.


Mérito: Acción o conducta que hace a una persona digna de alabanza.


Campeón: Persona que obtiene la primacía en el campeonato.


Definidos estos conceptos, resolvemos que la primacía en una prueba tan sólo la obtiene el que gana, y por ello es destacado con un premio que reconoce el mérito, y el hecho de que los inmediatamente posteriores obtengan su medalla y lugar en el podio, también debería contribuir a que el ganador sea consciente de que hay varios que están cerca de alcanzarle.


Que se reconoce el mérito al esfuerzo, sin embargo esto no es suficiente para alcanzar la primacía en el resultado final, aunque se pueda premiar una determinada marca personal de esfuerzo.


Que un nivel no corresponde a un premio, sino a llegar a una altura predeterminada.
Por lo tanto, un grado no es un premio, ni se obtiene tras una competición, sino que se llega tras alcanzar unos niveles mínimos.


Que todos ganen, es equivalente a que todos pierdan, ya que no se alaba el mérito particular y especial que hace diferente al campeón.


Que hay que reconocer individualmente el esfuerzo de cada uno, pues independientemente del resultado la marca personal es un indicador de mejora, pero no en la misma medida del que lo ha hecho mejor que el resto.


Por último, pondero, que la motivación intrínseca y basada en hechos reales, debería ser más importante que cualquier reconocimiento externo, que puede o no llegar.


Humidad: Virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento.


Modestia: Ausencia de vanidad o engreimiento. Es una forma de humildad que consiste en la moderación, recato y la sencillez.


La diferencia principal entre ambas es que la humildad es una forma personal de comportarse y aceptarse a uno mismo, mientras que la modestia tiene un componente social basado en el deseo de aceptación de los demás; es reprimirse en el concepto de brillo propio.


La humildad es una virtud necesaria para progresar en cualquier disciplina a través del aprendizaje, mientras que la modestia es una concesión al resto para evitar comportamientos grandilocuentes que puedan llegar a ser rechazados por un tercero.


La modestia nos ayuda a matizar la perspectiva personal.


La humildad es la que permite llegar al máximo potencial aceptando bajar a los infiernos personales.


Una de las cualidades de los grandes héroes de la mitología, como Hércules, Teseo o Ulises, fue precisamente que consiguieron llegar hasta el mismo Averno y salir de él victoriosos y reforzados.


Otros, como Orfeo, quien representa otro tipo de pasiones más bajas, aunque pudo descender al Averno para rescatar a su amada Eurídice gracias a su habilidad en la música, no tuvo la humildad suficiente como para aceptar las condiciones a su regreso, y su misión se vio truncada por no aceptar sus debilidades, en este caso su miedo e inseguridad.

Orfeo debía salir del Averno sin mirar atrás, para rescatar a Eurídice.


De entre todos ellos, tan sólo Hércules ascendió al Olimpo.

 

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