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Karate y castigo: Educar en positivo.

Karate y castigo: Educar en positivo.

El entrenamiento de las Artes Marciales, que nace de la repetición de patrones tradicionales, se ha sustentado en ciertos comportamientos propios de las sociedades que ha desarrollado esas artes durante el siglo XX, así como en dinámicas de la enseñanza ancestral de la que emana el arte a enseñar.

Así, si en la enseñanza primitiva del sistema concreto, se acostumbraba a disciplinar al alumno de una determinada manera, este tipo de conducta se traslada al nuevo tiempo y sociedad, creando dinámicas que difícilmente pueden coexistir con la educación aceptable en el nuevo entorno donde se desarrolla el arte marcial.

Sin embargo, en países como los europeos, desde los años cincuenta y sesenta, las artes marciales que más se popularizaron fueron el Judo y posteriormente el Karate, y desde temprano se relacionaron con instituciones regladas de enseñanza, llegando a ser elementos de desarrollo personal complementario en la educación de millones de niños de muchas generaciones, y hoy en día son métodos reconocidos por la UNESCO como excelentes para la formación de niños, adolescentes y adultos, si bien, esta práctica se debe seguir matizando y avanzando con el tiempo.

La disciplina propia de las artes marciales, en su origen estaba impulsada por el propio pensamiento de la sociedad de la época, y tenía un sentido en el contexto cultural del que nació, ayudado tanto por la propia cultura del país de los receptores, como por sus costumbres religiosas, familiares y sociales.

En ocasiones trasladar este tipo de disciplinas, sin crear puentes de comprensión para un niño de nuestra área cultural, puede resultar traumático y contraproducente si esta translación no está bien entendida, orientada y apoyada por su contexto social y familiar.

En la Europa occidental actual (desde donde escribo este artículo) se entiende como algo indeseable y negativo utilizar el castigo físico para corregir conductas. Sin embargo, aun en muchos lugares del mundo es una costumbre que el profesor golpee, chille o humille al estudiante con el fin de disciplinarle, endurecerle o castigar conductas inaceptables.

El logos de la educación marcial es la malentendida formación espartana, normalmente basada en mitos y creencias alejadas de la realidad histórica, con su represión del problema en lugar de la relativización del mismo, propio del pensamiento de la doctrina estoica.

Hoy sabemos que, tal y como escribe el catedrático en Historia Antigua César Fornis en El mito de Esparta (Alianza), «la laconofilia y la sublimación de todo lo espartano emergen en la segunda mitad del siglo V a.C. entre los atenienses críticos con las estructuras democráticas que regían en su polis«. Por aquella época las élites de Atenas, no conformes con la legislación vigente, defendían la oligarquía espartana.
Esta idea continuó floreciendo recurrentemente a lo largo de la historia, y en distintos momentos, dependiendo del interés literario, social, cultural o político que pretendieran los distintos autores.

Así, fue utilizado durante el Imperio Romano y la Edad Media, hasta la Ilustración y el nacional socialismo alemán del siglo XX. De hecho, la imagen actual de la educación y formación del pueblo espartano está tan influenciada por la visión de Jean Jaques Russoe, como por el propio Adolf Hitler, quien vio en una Esparta idílica, unos cimientos sólidos para la construcción ideológica del III Reich; con las consecuencias que este tuvo. Estas ideas apoyaban barbaridades como la eugenesia, que contemplaba deshacerse de los niños débiles o enfermos para construir una sociedad de élites genéticas aptas para la guerra.

En contra de todo esto, los datos arqueológicos, así como testimonios históricos de la época, defienden que Esparta fue un pueblo más como cualquier otro en cuanto a su sociedad, y han sido el arte y las manifestaciones culturales posteriores las que enfrentaron dos modelos de sociedades (Atenas y Esparta) y las que utilizaron el mito para justificar modelos políticos también enfrentados (democracia ateniense vs oligarquía espartana).

Hoy se sabe que los niño espartanos mantenían contacto con sus padres durante su formación militar (agogé), que hubo reyes espartanos con discapacidades físicas, que el papel de la mujer no era tan diferente al de otras sociedades helénicas y que detrás de la novela de Frank Miller “300”, además de esa cifra de espartanos, había todo un ejército conformado por soldados de otras polis (ciudades estado) que integraban este ejército que detuvo a los persas en la batalla de las Termópilas, además del conjunto de batallas lideradas por otros estados, como el ateniense, quienes también contuvieron el avance invasor.

En cuanto al papel formativo de la mujer, los textos y evidencias históricas apoyan que eran las mujeres las encargadas de transmitir valores a los niños, y que estos valores eran tan deseables, que las nodrizas y formadoras espartanas eran reclamadas comúnmente en otros estados para encargarse de la educación de los niños de otras ciudades estado repartidas por toda Grecia. De hecho, la formación común de las niñas estaba basada en la poesía, canto y danza, pero también y a diferencia de otros estados, las mujeres espartanas participaban en las pruebas atléticas, compartiendo espacio con los hombres.

En este contexto ideológico, como formadores, los profesores de artes marciales del siglo XXI debemos entender que la disciplina se construye en positivo y no utilizando el castigo. Más aun cuando nuestro contexto deportivo ha cambiado.

Cuando comencé mi práctica, en los años ochenta, las opciones para entrenarse en artes marciales eran muy reducidas, y la información sobre ellas estaba popularizada por el cine. En la actualidad, la oferta formativa es abrumadora, y la promoción principal se hace por las redes sociales. Además, el contexto social en que se desarrollan marca la popularidad de la actividad, pues el sentimiento de pertenencia al grupo es uno de los factores principales.

El deseo de disciplinar a los niños, y utilizar para tal fin las artes marciales, es un propósito recurrente en las familias, además de una recomendación por distintos especialistas, y la clave de esta disciplina está en que la propia formación aporta estructura personal, auto regulación, y gestión emocional, además de respeto, humildad, auto conocimiento, habilidades sociales, resiliencia…

Sin embargo, los formadores debemos seguir apoyándonos en los avances de la educación, para, sin perder nuestra esencia y puntos fuertes, podamos avanzar hacia la eficiencia también en la educación.

La disciplina positiva

Skinner, padre del conductismo, señalaba que la búsqueda de alternativas al castigo es un indicio de civilización.

Hablar de castigo no se limita al empleo de los castigos físicos, sino de cualquier tipo de castigo, como por ejemplo, la retirada de privilegios, el clásico “pues te quedas sin lo que sea”.

Otro problema del castigo es la frecuencia con la que se utilizan. Porque cuando se hace en exceso, pierde fuerza y los niños se hacen insensibles a este.

Y en el contexto del entrenamiento deportivo, utilizando un determinado ejercicio físico como castigo, puede provocar el rechazo posterior a un ejercico concreto (como las flexiones) que potencia cualidades físicas, cuando debiera ser un elemento motivador.

Las investigaciones acerca de las consecuencias negativas asociadas al empleo de los castigos, se pueden resumir en los siguientes puntos:


• El castigo genera una serie de respuestas emocionales negativas en quien lo recibe (por ejemplo miedo, rabia, ansiedad, etc.)


• Genera un modelo negativo de conducta que más adelante se puede tender a imitar.


• Interfiere en la calidad de la relación entre el castigador y el castigado, lo cual acaba haciendo que el castigado no quiera mantener más relación con el castigador.


• Se puede producir lo que se conoce como “sustitución de la respuesta”, esto es, que la conducta castigada se sustituye por otra igualmente indeseable.


• A veces puede incluso producir un incremento de la respuesta castigada o una disminución en otras que sí son positivas. Por estos motivos actualmente prefiere evitar el empleo del castigo en pro de otras técnicas de conducta basadas en el refuerzo o en la extinción.

En el contexto de una clase infantil, es habitual que una mala conducta venga asociada a una llamada de atención por parte del alumno. Esta llamada de atención en forma de conducta inadecuada, no se extingue otorgando mayor atención al alumno por encima de la que se dedica a los demás, sino que precisamente, se refuerza con el objetivo principal de ese comportamiento por parte del alumno, que es conseguir toda la atención del instructor, e incluso la alteración de la dinámica de la clase.

Es fundamental no emplear nuestro afecto como castigo. Los alumnos deben saber que los vamos a querer y a respetar a pesar de que hagan cosas mal, por eso no debemos emplear nunca la violencia, ni gritarles o amenazarlos con cosas que les puedan atemorizar.

Las llamadas de atención deben ser ignoradas, buscando espacios o dando a entender que cuando esté tranquilo o haya cumplido lo que se le ha pedido, será entonces cuando le atenderemos de nuevo.

No es necesario hacerle sentir mal al niño para que aprenda algo.

Si usamos el castigo, el niño obedecerá por miedo, no porque entienda la norma, ni la interiorice. Castigar no hace que el niño sea responsable, sino que obedezca por miedo a la sanción.

Las conclusiones de los estudios relacioandos con la pedagogía advierten que los niños no aprenden nada cuando son castigados. Además, en ocasiones, y teniendo en cuenta la edad, ni siquiera han desarrollado esa capacidad reflexiva, que pueda causar un sentimiento de culpa, basado realmente en la mentalidad adulta con todos nuestros contextos, y que no tiene tanto peso como el de la responsabilidad individual para con el grupo.

El castigo no enseña el modo correcto de proceder, únicamente introduce una consecuencia negativa en el niño o bien le retira algo que el niño desea. El niño deja de realizar un comportamiento inadecuado, no porque entienda la razón de no hacerlo, sino porque desea evitar una consecuencia negativa. Puede generar efectos rápidos a corto plazo, pero a largo plazo no es efectivo.

El castigo genera rebeldía y agresividad en los niños y les aleja de sus castigadores a nivel afectivo, porque es difícil querer a alguien a quien se le tiene miedo. El niño suele vivir el castigo con mucha frustración y rabia hacia quien le hace cumplir ese castigo, lo que generará mayor agresividad en el menor.

A medida que pasa el tiempo, los formadores o padres que usan este método sembrarán el resentimiento y falta de confianza.

A mediados del siglo XX la ciencia psiquiátrica desarrolló un sistema de ayuda a los padres para evitar la violencia intrafamiliar, ya que se detectó que se abusaba de la violencia física para educar a los hijos.

Se ideó el método del “rincón de pensar”. Esta herramienta tenía por objeto librar a los niños de palizas de lo padres, no con el objeto de que tuvieran una oportunidad para reflexionar sobre su mala conducta, sino como un método evitativo de la violencia: Se enviaba a un rincón de la casa al niño para que, pasado un tiempo, y ya sin carga emocional alterada, los padres pudieran corregir a su hijo gestionando sus emociones y calmando su deseo de pegarles.

Una de las leyes de la sabiduría según el texto marcial «Bubishi», es precisamente que la dilación es el mejor remedio para la ira.

En cuanto a la enseñanza en adolescentes, aun más debe imponerse el sistema de mentorías desde un punto e vista de horizontalidad educativa. A estas edades, los jóvenes no suelen acudir enviados por sus familias a las clases de Artes Marciales, sino más bien porque, o bien lo han elegido de forma autónoma, direccionada en forma de opciones cerradas por parte de las familias, o bien arrastrados por sus amigos.

El adolescente no está buscando más conflictos en el entrenamiento de los que ya siente que sufre en los distintos frentes que que tiene abiertos en su vida, ya que la naturaleza del adolescente es la rebeldía como forma de crecimiento personal.

En este sentido, no es eficaz nunca, y menos en un adolescente, utilizar fórmulas verbales imperativas como “tienes que…”, “debes”, sino que la mayor comprensión del mensaje viene dada por la propuesta, la presentación de opciones y la sensación de auto descubrimiento o descubrimiento guiado por encima del mando directo.

Tanto en el análisis de un ejercicio (como una competición, examen…), como para corregir un comportamiento inadecuado, confrontar a un adolescente no tiene que convertirse en una inquisición, sino establecer un diálogo.

Según recomienda la Dra. Hofmann para que un adolescente aprenda de sus errores, primero tiene que reflexionar sobre lo que hizo y los motivos para hacerlo.

El siguiente paso es replantear y aclarar el problema, y posteriormente ayudarle a determinar una o más soluciones.

En este sentido, es más eficiente para el educador ser capaz de mostrar opciones eficientes o resultados probables, que establecer caminos unidireccionales. Ver opciones en cualquier situación siempre es una ventaja, incluso si el adolescente es capaz de definir sus propias opciones; su determinación posterior será aun más fuerte por una especie de “ley de la auto convicción”. En ese sentido, el formador se limitará a reforzar el descubrimiento con la aprobación o mostrándose de acuerdo.
No obstante, hay dos mensajes que se pueden transmitir, uno es que todo problema tiene una solución, y el segundo es que cada uno es responsable de su propia conducta.

Los formadores/educadores estarán más seguros en su tarea y verán mayor eficacia si priorizan aquella conducta que quieren controlar, por encima de otras que pueden ser “tolerables” aunque no sean las deseadas. Este axioma no sólo es adecuado en cuanto a la modificación de conductas, sino a cualquier tipo de corrección que se desee hacer. Hay tiempo para mejorar, y hay que entender que la perfección es un fin utópico.

Aplicando esta norma de la modificación de conductas, intentar corregir toda conducta considerada anómala se convertiría con el tiempo en una lucha de poderes que llevará a un distanciamiento cada vez mayor en la relación.

Sin embargo, en el lado opuesto, encontramos al perfil del educador/formador que no desea el enfrentamiento y puede mostrarse excesivamente permisivo ante cualquier conducta, ya que no todo el mundo está cómodo, conforme o preparado ante la disciplina. Deberían comprender que en el crecimiento del menor, este no necesita un amigo más, sino una figura de referencia (padre, profesores, instructores…) para poder crecer con una figura que, sin necesidad de ser tiránica, pueda establecer unos límites que le sirvan como un marco de conducta de cara a enfrentarse a la sociedad de una forma eficiente, ya que somos seres gregarios y nuestra vida en sociedad no sólo depende de nuestra voluntad, sino de ajustarnos a las normas sociales.

Si esto mismo lo aplicamos al entrenamiento, se evidencia más que la progresión del alumno no será la deseable, y no cumplirá con los mínimos de calidad requeridos para su nivel. La exigencia en la formación es importante para mantener la honestidad a la práctica. Lo mismo que un instructor no debería vender su ética profesional a cambio de una cuota más por temor a quedarse sin estudiante, esto será mucho peor cuando después de un tiempo, se le confronte a él mismo porque no ha enseñado con el suficiente rigor.

Los premios

Los premios y refuerzos son un aspecto mucho más controvertido, pues si no deberíamos formar con castigos, tampoco tienen mucho sentido los premios, y menos cuando se convierten en refuerzos materiales.

En el caso de las artes marciales, se suelen materializar erróneamente en los cinturones, sin comprender que los grados son un sistema de evaluación del nivel de conocimiento, habilidad o profundidad en el arte, y no un premio.

Se trata de que el refuerzo positivo tiene que venir dado por la satisfacción de conseguir mejoras personales y superar retos. En esta tarea es importante, por supuesto, que la enseñanza tenga un aspecto motivador, sin embargo, no hay que confundir esta motivación con una continua insuflación de mensajes positivos que no se acompañen de una estructura personal y un desarrollo acorde.

Uno puede escuchar o auto motivarse con palabras de ánimo a cada minuto, pero si no se acompaña de auto disciplina en las rutinas, cuando la motivación baje –ya que funciona como un globo que se hincha y deshincha- la estructura personal se pierde, y el rendimiento en cualquier tarea se verá afectado negativamente.

Es más, en el caso de los grados, estos son limitados e incluso tienen limites de edad en relación al tiempo de práctica y a la edad, por eso, cuando se acaban los refuerzos, es posible que se acabe esa motivación, además, de que difícilmente se habrá llegado a conseguir las habilidades adecuadas para el grado, ya que no estaban basadas en la mejora de mínimos, sino en animar.

Por este motivo, por encima de cualquier premio, incluso competitivo, hay que destacar el valor del KEIKO (ENTRENAMIENTO) por encima de cualquier otro mérito.

La constancia en mantener la estructura personal de desarrollo constante es más importante que el resultado en una marca deportiva, o en una evaluación escolar.

Hay personas con talento natural para determinadas prácticas, y sólo con su talento pueden obtener buenos resultados a corto plazo, pero la vida es una carrera a largo plazo y con muchas dificultades que se superan habiendo creado una identificación con lo que uno es y lo que hace: Es el valor de la auto disciplina.

La auto disciplina es una constante temporal que creará una estructura tan fuerte que no se podrá derribar con los envites de la vida.

Si se apuesta por fomentar prácticas de desarrollo personal hacia nuestro propio interior, se superarán sentimientos de inseguridad, soledad, frustración… porque siempre estaremos acompañados por una fuerte voluntad y compromiso con nosotros mismos y no precisaremos agentes externos que no dependen de esta voluntad.

 

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